miércoles, 4 de agosto de 2010

La Fe de Los Humanistas - Francis A. Schaeffer

Felire. 1996. 24p.

Dos columnas distinguían a la Iglesia cristiana primitiva de cualquier otro sistema religioso. La primera concernía al fundamental problema de la autoridad. En dicha Iglesia sólo existía una autoridad final: la Biblia, la Sagrada Escritura. Esto se desprende claramente de la enseñanza de Jesús, de Pablo y de la totalidad del Nuevo Testamento. Entre los lectores del presente tratado, muchos creerán que la Iglesia primitiva estaba en lo cierto sustentando este concepto de la Escritura; pero incluso quien no lo comparta debería comprender que tal fue su concepto para así entender intelectualmente a la misma.

Los primeros cristianos creían que la Sagrada Escritura les daba una autoridad externa al ámbito del relativista, mutable, limitado pensamiento humano. Así, con esta visión de la Palabra tenían lo que consideraban una autoridad no humanista.

La otra columna de la Iglesia primitiva que la diferenciaba de todos los demás sistemas religiosos era su respuesta a la pregunta: ¿Cómo allegarse a Dios? Si Dios existe y es santo, perfectamente santo, vivimos en un universo moral. Si Dios no existe o si es amoral o imperfecto, vivimos al fin en un universo relativo en cuanto a lo moral. Por otra parte, si Dios es perfecto, y mantiene su total perfección, entonces como es obvio que ningún hombre es moralmente perfecto, todos ellos estarán condenados. Lo único que resolvería este dilema, verdadera­mente básico, acerca de si el universo es moral o amoral, sería la enseñanza de la Biblia y la Iglesia primitiva. Tal enseñanza fue que Dios nunca hace descender el nivel de sus normas, que exige perfección y que por tanto es completamente moral; pero que en el amor de Dios vino Jesucristo como Salvador, y llevó a cabo una obra infinita y definitiva en la cruz, de manera que el hombre ya puede acercarse al Dios totalmente santo y perfecto, apoyado en esta obra perfecta y con­sumada, por la fe y sin obras humanas relativas. Estamos tan acostumbrados a hablar de esto dentro de un contexto religioso, que olvidamos las implicaciones intelectuales. Diremos de nue­vo que, tanto si se cree lo que la primitiva Iglesia y la Biblia enseñaron, como si no se cree, debe entenderse este punto que estamos tratando, o no se podrá comprender a tal Iglesia ni su carácter distintivo.

Una vez se enseña la exigencia por parte de Dios de per­fección total, se mantiene la existencia de un universo moral; y al enseñar la obra perfecta del Salvador, se sigue que no necesariamente se condenan todos los hombres. Así, cualquier elemento humanista y egoísta es destruido. Incluso si el cris­tianismo no fuese verdad, y nosotros creemos que sí, ésta sería una respuesta titánica; jamás ningún otro sistema —ya religio­so, ya filosófico— ha dado respuesta semejante.

Así pues, las dos columnas distintivas de la primitiva Iglesia eran un combinado y completo golpe para el humanismo. La autoridad quedaba fuera de la mudable jurisdicción humana, y así el acceso personal de cada individuo al Dios enteramente santo se basaba, no en los relativos actos morales o religiosos del hombre, sino en la absoluta y definitiva obra (y por ser Él Dios, infinita) de Jesucristo. Todo esto hacía que el hom­bre fuera arrancado del centro del universo donde había in­tentado situarse a sí mismo cuando se rebeló contra Dios en la histórica caída en el Edén, y destruía al humanismo atacándolo en el mismísimo corazón.

Libro completo en FELIRE.
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