viernes, 27 de agosto de 2010

La Soberania de Dios - A. W. Pink

El Estandarte de la Verdad. 1972(1995 4ed.). 217p.

Se ha observado a menudo que uno de los requi­sitos fundamentales en la exposición de la Palabra de Dios es la necesidad de preservar el equilibrio de la verdad. Estamos plenamente de acuerdo con ello. Hay dos cosas que están por encima de toda discusión: Dios es soberano, el hombre es responsable. En este libro hemos procurado exponer lo uno, así como en otras obras hemos hecho frecuente énfasis en lo otro. Reco­nocemos sin vacilar que existe un verdadero peligro tan­to en enfatizar demasiado lo primero como en ignorar lo segundo; de ello, la historia nos ofrece numerosos ejemplos. Hacer énfasis en la soberanía de Dios, sin sostener al mismo tiempo la responsabilidad de sus cria­turas, tiende al fatalismo; dar a la responsabilidad del hombre tal importancia que se pierda de vista la sobe­ranía de Dios, es exaltar a la criatura y deshonrar al Creador.

A fin de cuentas, casi todos los errores doctrinales provienen, realmente, de la perversión de la verdad, de la verdad mal trazada, de la verdad defendida y ense­ñada sin la debida armonía. El rostro más hermoso de la tierra, poseedor de los rasgos más atractivos, pronto se convertiría en algo feo y deforme si una de sus par­tes continuara creciendo mientras las demás permane­ciesen atrofiadas. La belleza es, primordialmente, cues­tión de armonía. Lo mismo ocurre con la Palabra de Dios: su perfección y santidad se perciben mejor cuan­do su sabiduría infinita es expuesta en sus verdaderas proporciones. En este intento es en el que tantos hom­bres fallaron en el pasado. Algunos quedaron tan hon­damente impresionados por algún aspecto aislado de la Verdad de Dios, que concentraron sobre él toda su atención, en detrimento de casi todos los demás. Cuan­do una porción de la Palabra de Dios ha sido consti­tuida en "doctrina favorita", se ha convertido muchas veces en emblema distintivo de algún partido o grupo. Pero el deber de todo siervo del Señor es anunciar "to­do el consejo de Dios" (Hechos 20:27).

Cierto es que en los tiempos degenerados en que nos ha correspondido vivir, cuando por doquier se exal­ta al hombre, y la expresión "superhombre" ha llegado a ser común existe una auténtica necesidad de resaltar incuestionablemente el hecho glorioso de la suprema­cía de Dios. Tanto más cuanto que está siendo negada de modo explícito. No obstante, aun para esta defensa de la verdad se necesita gran sabiduría, pues existe el peligro de que nuestro celo sea "no según ciencia". Las palabras "alimento a tiempo" han de ser tenidas siem­pre en cuenta por el siervo de Dios. Lo que para una congregación puede ser necesidad de primer orden, pa­ra otra puede que no lo sea. Allí donde uno ha sido precedido por predicadores arminianos, deberá expo­nerse la verdad olvidada de la soberanía de Dios; aun­que con precaución y cuidadosamente, para que los "niños" no reciban demasiado "manjar sólido". Convie­ne tener en cuenta el ejemplo de Cristo en Juan 16:12: "Aun tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar".

CONTENIDO
Introducción
La soberanía de Dios y nuestra época. Definición de la soberanía de Dios. La soberanía de Dios en la creación. La soberanía de Dios en su providencia. La soberanía de Dios en la salvación. La soberanía de Dios en operación. La soberanía de Dios y la voluntad del hombre. La soberanía de Dios y la oración. Nuestra actitud hacia la soberanía de Dios. El valor de esta doctrina. Conclusión

Libro completo suministrado por FELIRE.

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